Un un
buen día un maestro le dijo a su aprendiz que se preparara para el día siguiente porque
iba a emprender un viaje a las montañas donde iba a encontrar un tesoro. El
aprendiz acogió con ganas y con mucha ilusión la noticia, tanto que esa noche
no pudo dormir ya que ansiaba que la noche pasara pronto y poder contemplar el
tesoro que su maestro le había prometido que vería.
Y esa mañana llegó y el aprendiz, con
el aprovisionamiento necesario, comenzó un largo viaje que le llevó por todo
tipo de lugares que nunca había contemplado: Valles verdes donde podía ver el
lejano horizonte montañoso, ríos profundos donde nadar en agua cristalina,
campos extensos donde comió manzanas dulces como jamás imaginó probar, bosques
frondosos donde perderse en la naturaleza… era una experiencia única y
gratificante, no obstante él solo deseaba llegar a aquel monte lejano donde le
aseguro el maestro que allí encontraría su tesoro.
Una vez llego a la ladera de la
montaña, la más alta de la región, sintió miedo aunque comenzó a escalarla -todo sea
por el tesoro- se dijo. Y después llegó a la cima y contempló el horizonte
satisfecho y empezó la búsqueda del tesoro. No tardó mucho en encontrar un baúl no demasiado grande, entre unas piedras que lo tapaban tímidamente, abriéndolo con facilidad y encontró un pequeño escrito en el
que se leía... El mayor tesoro es el viaje
recorrido
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